Yo era ella, siempre en mi cumpleaños, en navidad, en día de reyes pedía lo mismo: una secadora de cabello.
Nadie me la dio nunca, no encontraban motivos.
Pero yo sí los tenía...
La quería para aquellas noches que a la luz de la luna me bañaba en la pileta, dibujando suspiros para conquistarte: para que secara mi cabello pues después, la humedad escurría hasta mis piernas y se alojaba allí igual que como cuando de manera generosa, tocaba mis muslos emulando tus manos, pensando en ti, en tus besos.
La quería para poder quitarme el calor intenso que dejaban nuestros encuentros entre los sauces, a escondidas de mi madre y de tu padre; cuando jugabamos a amarnos, a tocarnos por completo hasta quedar exahustos, cómo recuerdo ese calor; para eso quería la secadora...
Recuerdo las veces que me tomaste en medio de los eclipses y las lluvias de estrellas; para eso quería la secadora, para poder evitar sonrojarme al sentir tus manos levantando mi falda, tocando mi pecho, para eso era...
Nunca nadie lo entendió, pero yo sí...
Ahora que ha pasado el tiempo ya no tengo que ocultar ese calor que tu mirada pervertida me provoca cuando la siento, estando dormida en tu cama tapándome apenas los pies con mi poco pudor.
¿Ya para qué? Ya no la necesito, eres tan mío como yo tuya, nuestros padres han muerto, no lograron ver cómo nuestra pasión se propagó y cómo ahora nuestros calores son mutuos sin restricciones los tuyos, los míos, los de los dos.